Toda esta distancia me atraviesa,
ahora nada me aparta.
Siempre es la ausencia
lo que nos da lugar
y siempre es tu canto
el que me hace predecir
lo que no llegaré a (a)sentir.
Búho, tú siempre estás invocando a Dios
y yo siempre estoy inventando tu alma,
todos necesitamos creer
lo que sea que sobrelleve nuestro ser.
Me conmueves,
te conviertes,
y el latido crece
y al aliento alcanza,
cúbreme de amores
con tu sombra de corazones
y deja nuestras soledades
en donde no pertenecemos,
mi noche está hecha para tus giros,
soy yo quien no puede cambiar.
Me recargo en aves ausentes
solo para que emprendan vuelo
y el cielo se empieza a desplumar
como si solo se tratara de las nubes
que guían a las aves a migrar,
búho, ¿te quedarás?
no, pero yo digo:
De lejos, un búho,
¿acaso no es el silencio
lo que nos acerca?
Se acerca el búho con su canto,
es un suspiro cargado
y una voz desorientada
iluminando a mi noche.
Y en alguna noche de marzo a las 7:40 p.m.
me encontré con un búho pequeño,
compartimos un silencio puro
y me acerqué con cuidado,
tenía miedo de asustarlo,
siempre fue real,
su vuelo y mi hálito
se convierten en uno mismo,
todo es ausencia
y lo que mi alma en ella presencia:
todo es presencia.
Presencia de presenciar y presencia tal cual, muy poeta.
Ya he escrito dos poemas donde menciono a los búhos, en Ululato y Aves nocturnas, pero el 2 de marzo había uno afuera de mi casa y tenía que escribirle un poema sí o sí. Muy posiblemente al verlo dije: ¿acaso vivo en el Bosque de los Cien Acres?
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