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Foto del escritorANMIR MARTZ

A Martí (VMM)

Tengo un poema que escribí sobre ti,

todavía lo tengo que pulir

o limpiar la sangre de sus márgenes,

no lo sé bien.


He lanzado una moneda,

las palabras siguen en el aire

sin importar cuál lado caiga,

pero hoy me arrumbaré a tu lado.


Fuiste muchas cosas,

a veces me descubro

siendo una parte de ti,

Martí.


Todos los libros que guardaste en tu oficina

los tengo en mi habitación,

todas las cosas que no te alcancé a preguntar

están al alcance de esas enciclopedias.


Hace tiempo estuve buscando

algún libro del poeta libanés,

fue una sorpresa encontrármelo en tu biblioteca.

Está deshojado entre las vidas que pasaron,

supongo que sigues en algún lado.


Allí también encontré un libro de José Emilio Pacheco,

solo he leído su obra poética.

Y no creas que olvido

que tú me regalaste mis primeros libros,

los osos que enseñaban sobre la vida,

y los cuentos que enseñaban sobre la valentía.


Sé que eras una farsa escribiendo artículos policiales y políticos,

y no te juzgo, porque a veces yo también soy una farsa en mis poemas,

estamos condenados a creer en nuestras propias mentiras.


En el día de muertos, volvimos a ver Macario

y volvimos a hablar de tu parecido con Lopez Tarso,

en el altar coloqué el libro que pediste prestado,

aquel que leíste y te hizo llorar,

nada ni nadie te hacía llorar,

tuve un pequeño triunfo ante tu vulnerabilidad,

oh, inflaste mi ego,

a veces nos parecemos.


Hace algunos años, antes de tener tu tocadiscos,

me regalaron un vinilo

de Pedro Infante, Jorge Negrete y Javier Solís,

¿podemos escucharlos?

no tenemos que hablarnos.


En tu aniversario luctuoso

jugamos a lo lotería

mientras escuchábamos boleros,

luego puse a Tin Tan.

En mi carta está el borracho y la botella,

y a veces todavía espero escuchar tus pasos

mientras llegan esas cartas,

¿recuerdas?,

¿sigues acá?


Cuando jugaba a la lotería con la Merce,

yo le hacía burla porque tenía al borracho,

pero no el corazón.

En mi carta están juntos,

posiblemente a ella no le agradaría,

pero tú sonreirías victorioso.


Aún no he usado los cubiertos

cubiertos de oro

que me regalaste,

un día de estos

sin ninguna ocasión especial lo haré.

Y prometo que el día que me vaya de mi casa,

será lo primero que ponga en el departamento,

preparé la comida y los usaré con mis invitados,

con la gente que quiero y me quiere.

Y sé que eres el único que no me juzgaría

por alejarme de la familia.


En mi estante está la cámara que me regalaste,

las fotografías que me regalaste aún las mantengo,

la vida familiar que capturaste

y quisiste obsequiarle a otra generación,

a mí.


¿La Merce te habló de mí?,

¿veías una parte de ella en mí?

tal vez sí.

Y debo admitir

que a veces me descubro

siendo una parte de ti,

y ella no se decepcionaría de mí

porque sabe perfectamente lo que no soy.


Hace tiempo quería comprarme un telescopio,

tal vez el próximo año lo haga finalmente,

lo pondré en la terraza,

donde me llamaste para hablarme de las estrellas,

lo que habías aprendido de ellas,

¿volverás hacerlo o estarás ahí al menos?


Tus botellas las he usado

para poner mis plantitas.

Tal vez tu alma todavía

es un recipiente para la vida.


Tus 130 libros están en mi habitación,

y gracias a ellos

ya se podría considerar una biblioteca,

dime qué libro quieres que te preste,

la mayoría son poemarios,

distintas expresiones,

yo utilizo mis poemas como diálogos,

¿puedes escucharme?


En el terreno que nos dejaste,

la ceiba está de mi lado.

He pensado en ir y plantar árboles,

¿qué más puedo hacer?

sé que algo tengo qué hacer.


Y no soy interesante,

pero si quieres podemos hablar.


Hace meses escribí sobre tu ceiba

y cómo es el árbol sagrado para muchos,

hace unos días David me contó sobre su importancia

y cómo los huaorani al perderse en la selva

buscan un ceibo,

golpean sus raíces

y hacen vibrar todo el tronco,

hacen un llamado con él,

él dijo que era

“un grito para recuperar los vínculos

que lo mantienen a uno con vida.

La gran altura del árbol hace que resuene

de una forma que un grito no conseguiría.

Al oír esa canción palpitante, tu gente vendrá”.*


Dime, si voy a mi ceiba

y golpeo las raíces

¿estaré reconectando con mis hilos

o solo recolectaré el algodón?


 

*David George Haskell en Las canciones de los árboles (2017).

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