Fuiste al océano
tratando de escuchar
el canto de las sirenas,
pero solo escuchaste
suplicas profundas,
cualquiera de las dos
te hubiera llevado a la perdición.
Te dejaste llevar por cada ola
hasta olvidar lo que dejaste en la superficie.
Estuviste temblando
y eso creó ondas en el mar,
te cansaste de nadar
porque la vista era igual,
así que bajaste a la profundidad
a conocer la vida que guarda el mar
y quisiste llevártelo todo,
pero te quedaste sin nada.
Bebiste todas las botellas
para que los demás pudieran dejar cartas en ellas
y te emborrachaste para olvidar las palabras que debiste haber dicho,
las olas no te rompieron,
tú te esparciste en el océano
para llegar lejos,
para olvidar donde querías estar.
Todas tus cicatrices
tuvieron forma de un signo de interrogación,
solo sabías que no podías sanar.
Entre el sonido de las olas
deseaste que tu silencio
jamás le diera aquel ser tanta tranquilidad,
pero nunca pudiste saber que decir para arreglarlo,
quisiste escuchar el canto de la sirena
para olvidar su voz
o tal vez para dejar de oír lo que tú mismo te decías.
Encontraste a una sirena
y le contaste aquella historia que no pudo iniciar,
ella dijo que no cantaría
porque no podría ganarle a las tristes canciones
que te hacen saber que ya perdiste,
pero te miró fijamente a los ojos
mientras te decía “ojalá pudiéramos abrirnos
sin miedo a rompernos”.
Te contó su historia,
prefirió perder sus piernas
porque él ya no podría caminar junto con ella,
las escamas curaron sus heridas,
fue al mar para olvidarse de él,
pero le habla a cada pez sobre lo que fue.
Dijo que su tierra era seca,
que jamás podría florecer en ella,
así que fue al océano para empezar de nuevo,
para no extrañar la calidez de la arena
hizo una isla desierta.
Te dijo que tenías que regresar,
“él océano es un peligro
porque es misterioso,
te haría perder la cabeza”,
ella susurró
mientras una ola te arrastró,
estuviste naufragando por mucho tiempo,
pero desde antes de tocar el océano,
ya te sentías perdido en la inmensidad del universo.
Contaste estrellas
para saber cuanto tiempo
habías estado flotando
y al cerrar los ojos
te sentías el hombre
que caminaba en la luna,
no sé desde cuando habías perdido tu camino.
Fuiste un náufrago
soñando con ser marinero,
jamás le temiste al mar,
pero si a todo lo demás
porque no lo podías controlar
así que no hacías nada,
tus “tal vez” jamás me parecieron suficiente.
El agua no te pudo limpiar
así que te ahogaste a ti mismo
y pudiste verlo todo tan claro,
tal vez el cielo azul te ayudó.
Preferiste escuchar a las olas que a tus latidos,
porque el océano era más profundo
y tenías miedo de no poder navegar con ella
convirtiéndote en un náufrago más,
así que te ocultaste en el (a)mar.
Lo que construyó cada latido de tu corazón
se quedará en el océano,
porque enfrentaste el mar en vez del amar,
pudiste haber tenido un imperio
y ni siquiera te importó el tesoro perdido,
los piratas jamás podrían tener tanto valor
como lo que te dijo la sirena,
supongo que ella tenía razón
y te volviste loco,
la única cuerda de ti era llegar a ella.
Trataste de volver a la costa,
el faro jamás te pudo guiar,
trataste de aferrarte a unos ojos que ya no te miraban,
los usaste como ancla para sostener el timón
y brújula para inspirarte a llegar,
te enfrentaste a la profundidad del mar,
pero jamás pudiste enfrentarte a la profundidad del amar,
siempre fuiste un náufrago dentro de tu océano,
jamás supiste a donde pertenecía cada gota que no llorabas,
nadaste con tus fuerzas para llegar a la superficie,
pero al llegar a la costa te debilitaste,
cada grano de arena que estaba en tu cuerpo
se convirtió en cenizas,
en vez de una urna utilizaron una botella,
ahora ella sabe lo que nunca le dirás.
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