El verso del epitafio
es el eco de lo eterno,
déjame escribirlo en tu nuevo templo
mientras se agrava mi falta de fe,
¿a dónde se fue tu ser?
Las lápidas no son más
que otro tipo de escultura,
admiro la vida que se fue
mientras estoy contemplando al vacío,
hay algo en ti en el viento,
¿cuándo aterrizará tu vuelo?
llevo esperándolo desde que me dejaste.
Estás en aquel susurro que nadie puede escuchar,
así que grito con las fuerzas de mi debilidad.
¿Debo escuchar a mi corazón?
su voz jamás ha hablado en mi idioma,
su lengua devora a mi alma
y yo solo tengo las sobras.
Intento traducir mis latidos en versos
y si son confesiones
debo mantenerlas en vigilancia,
pero le dan vida a mi vigilia
y al otro día muero un poco más.
El verso del epitafio
es el eco de lo eterno,
abre al silencio
y a los lamentos.
Las hojas caen sobre tu tumba
bailando sobre lo más inmóvil posible,
le dan vuelta a lo imposible,
el plan jamás ha sido traerte de vuelta,
es darle gracia a tu alrededor,
avivar tu esencia,
darle aroma a tu alma
para finalmente respirar.
Entro a tus aguas secas
y veo a tu fantasma nadar,
no me queda más que naufragar
hasta que me salgan escamas
y pueda sentirte en mi piel,
de todas maneras ya me has hecho de agua
entre tanto llorar.
El silencio nos ha envuelto,
mis palabras solo se entregan ante poemas
como si pudieran romper a las penas.
Se acerca el otoño
y con él la canción del adiós,
la pondré en repetición
hasta aplazar lo que me aplastará.
En el derrumbe abrazaré a tu lápida,
luego me elevaré sin cima,
solo eres huesos y piedras,
no sé qué me rompe más.
Escribí el verso de tu epitafio,
desde entonces, encontré en mi tinta miasmas,
no puedo ser la misma,
al menos me queda la vida que no sé cómo vivirla
entre tu silencio y el eco de lo eterno.
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