Mis poemas,
un cenicero limpio
lleno de polvareda
que se mantiene elevada
para ser iluminada
como un cigarro.
Me mantengo en vela
preguntándome si debo reguardarlo
en la cera moldeable
o aceptar la forma de las cenizas,
si brotamos entre chispas y pétalos,
lo marchitado vivirá en un fuego apagado.
Mi corazón es un cenicero,
aún no me atrevo a ver su negror,
ni ser en su fulgor,
yo solo me desgasto.
La vida, la luz reflejada en la luna,
nada es propio,
ni siquiera las palabras,
porque son meramente sombras
aun cuando tratas de reflejarte en ellas.
Y yo no sé
en qué punto de la sutura estoy,
y no sé si soy
el hito o el hiato,
tal vez solo el gato
jugando con la bola de estambre,
he estado enredándome,
y tú dices, tratando de salvarme
“la palabra libera,
hasta la misma pluma se destripa
escribe sobre esos hilos,
vuelve a unirlos”.
Pero tardamos tanto
tratando de hilar los rayos del sol
que en la luna se formaron las telarañas,
ahora los lobos juegan con la bola de estambre
y se rasguñan solos,
y solo heridos
podemos hacer un pacto de sangre,
un ritual sin final
como las nubes que se desplazan en el cielo,
recuérdame en la luna roja,
lo que verdaderamente refleja
lo propio de mi tierra.
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y el cenicero que siempre se empolva:
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