Los niños duermen,
dentro de ellos crean mundos
tan pacíficos, tan lejanos de su realidad
que jamás vuelven a despertar.
“Duerme, que descanses bien”
dicen sus padres después de un día agotador
y ellos ya no saben si sueñan para escapar
o para reunir energías,
fuerza, las necesitarán
para pelear por su vida,
pero ellos no están en guerra,
esos ataques van mucho más allá de ella,
¿quién queda ya?
Los niños han dejado de pedir canciones de cuna,
solo quieren un momento silente,
tanto ruido ha estado llamando a la muerte,
y por primera vez, la muerte quiere sobrevivientes,
la muerte no es la cruel,
son sus muertes,
son los hombres.
Ellos, las infancias que están muy lejos
de ser solamente niños,
pero cierra los ojos,
imagina que siguen jugando a las escondidas,
todo escondite está a la vista,
ya no hay ningún sitio seguro,
no te preocupes, amigo, la indiferencia da seguridad,
báñate de ella, mas nunca estarás realmente limpio,
incluso si tus manos no tienen sangre.
Al momento de dormir
se preparan para la muerte,
ojos cerrados,
¿qué corazón está palpitando?
Y la madre que solía sostener a sus hijos en sus brazos,
ahora los sostiene en un puñado de cenizas,
el mundo se redujo
mientras los otros buscan expandirse.
Los niños se han quedado
dentro de sus sueños perfectos,
¿ese es el cielo?
nunca lo sabremos,
ellos no volverán a despertar
en el infierno terrenal.
Hace unos días leí Exhausto en la cruz, de Najwan Darwish, poeta palestino, y justamente ese día se cumplieron un año desde los ataques a Gaza (no es un problema aislado). En estos días me tienen que llegar otros dos poemarios del mismo poeta.
En su poema Elegía para un niño dormido, él dice:
“Hijo mío, vengo de la memoria
de los asesinados:
es incapaz de distinguir
entre un niño dormido
y otro asesinado”
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