Medito sobre una hoja en blanco,
trato de llegar a mí
y ni siquiera estoy aquí,
me fui en busca de las palabras ausentes,
a cazar todas mis muertes.
Medito sobre una hoja en blanco,
sacudo la pluma
una y otra vez,
como si fuera una campanilla
que llama a mis adentros,
pero ellos
solo atienden el llamado del silencio.
Medito sobre una hoja en blanco
como si me pudiera revelar algo
y solo es un vacío acumulado
que aún no me ha desvanecido.
Medito sobre una hoja en blanco,
lucho con las ganas de hablar,
recargo mi espalda
tratando de que algo me sostenga,
observo al techo
y luego a la hoja,
¿con quién puedo ser más sincera?
Tomo agua
como si tratara de digerir mis palabras,
me tomo mi tiempo,
¿puedes llevarte el “demasiado tarde”?
ven, entonces, por mi vida.
Camino por mi habitación
y siento como sus paredes se cierran más y más,
por eso siempre dejo la ventana abierta,
está llena de rejas.
Enseguida de mí
está el espejo,
pongo la mano en él
y ya no sé si estoy aquí o allí,
frialdad en mi tacto,
pero mi cuerpo se siente
como si estuviera alrededor de brasas,
o cenizas,
no lo sé.
No veo nada en la hoja en blanco,
así que contemplo a mi alrededor
como si en alguna parte
una respuesta me estuviera esperando,
¿qué pasa si cambio la pregunta?
La ventana está abierta,
los árboles se mantienen quietos,
sus aves están durmiendo.
La luz de la farola
les brinda otro color,
los apaga.
Cuéntame alguna historia,
que hoy no tengo ganas de escribir poesía.
Cuéntame sobre tu día,
te estoy pidiendo solamente un instante de tu vida.
Hoy amanecí con un oído tapado,
¿acaso trataste de hablar conmigo mientras estaba durmiendo?
pudiste haberme despertado,
no recuerdo qué soñé,
tal vez todavía estoy soñando, no lo sé.
Chirinos me contó cosas para una película muda,
me dijo que yo sabía representar al silencio,
pero él me dio imágenes
y te veo,
siempre lo hago.
Tal vez yo también debería de hacer una,
no, no sé qué cosas vacías
pondría en la escenografía
para llenar la cinta.
El silencio me rodea
y la película empieza a rodar.
A mi alrededor
están los libros empolvados
de mi abuelo
que ninguno de sus nietos abrió,
¿cuánto silencio tienen todas esas palabras?
A mi alrededor
están las flores marchitas
que se mantienen abrazadas
para no desahogarse,
y resisten,
al florero le han salido raíces
y nadie puede verlas,
no hay necesidad de testigos
cuando todo es un silencio.
A mi alrededor
está la cigarra conservada,
sus patas mantienen tanta fuerza,
me toman de los dedos
como quien trata de decirte algo antes de irse,
jamás descifré su canto,
¿cómo descifrar su silencio?
he puesto su frasco en el estante con los libros,
en alguno de ellos deben de estar las palabras que quiso decir,
aquello que no entendí,
y nunca lo sabré,
aun cuando otra cigarra se ponga a cantar.
A mi alrededor
está el tocadiscos antiguo,
y de alguna manera me traslada
a una parte de la infancia,
jamás hubo una canción en él,
tenía demasiada interferencia
que acabó en indiferencia,
el silencio era demasiado ruidoso en la sala de mis abuelos.
Quizás el tocadiscos pudo ser el ataúd de ellos,
el plato sigue girando y girando
tratando de alcanzar sus fantasmas,
dejaron un silencio servido
y jamás quedaron satisfechos con él,
entonces ¿qué?
En el tocadiscos
encontré un vinilo
con una canción que un amigo de mi abuelo
escribió para él,
pero el tocadiscos no funciona
y realmente hay cosas que no quiero saber.
Así que la caja está sellada,
llena de plantas en agua,
yo no busco enterrar nada,
todo está flotando,
hay cosas que no puedes ignorar
como que lo contrario de un Mártir
es un Martí,
está en nuestro nombre,
está en nuestra sangre,
así que con mi propia sangre
he hecho un pacto,
soy yo misma
mi propia condena,
no me importa si me hieres,
yo puedo hacerlo mejor.
29 plantas hay en mi habitación
y apenas empieza la colección,
a cada una le puse un nombre
con referencias a películas o series,
excepto a Flora, Fran y Gracie,
y acá están
Winnie, Efelante,
Kenai, Chad Dylan Cooper, Sunny
Todd, Neil, Meeks,
Cal, Saanvi, Zeeke,
Rumple, Robin,
Glassy, Stevie, Lea,
OA, Homer,
Friedrich, Pookie,
Fergus, Ron, Remi,
Katniss, Susan,
Sunny y Desmond,
a veces tu nombre se me escapa,
pero ellas mantienen el secreto en sus raíces,
en mis profundidades.
A mi alrededor
está la cámara
exclusiva para las obras de teatro familiares,
ellos hacían una presentación en cada reunión importante,
mi mamá escribía el guión,
pero el camarógrafo murió
y nadie tuvo ganas de actuar más,
de traer alegría ni esperanza,
y ahora ese lente me apunta
mientras escribo esto,
y nadie más me conoce.
Cuando era niña,
en la habitación que ahora es mía
había una maquina de escribir,
solía entrar solo para jugar con ella,
jamás hubo tinta ni papel ahí,
tal vez desde entonces ya estaban en mí,
yo no lo sabía,
¿cómo podría haberlo sabido?
si ignoraba mis propias palabras,
fui criada para no ser una carga,
no limpiaron mis lágrimas,
solo las arrancaron de mi cara
y luego me pusieron carátulas
como si con ellas pudiera encajar,
“el problema eres tú”,
¿realmente lo soy?,
¿qué es lo que realmente soy?,
¿cuántas palabras de ellos me llevaron a mi silencio?
todavía estoy jugando a que puedo escribir,
a que me puedo expresar,
no,
nunca me aprendí a expresar,
sigo siendo esa niña que guarda todo para sí misma
y sigo siendo esa niña que juega mientras pulsa las teclas
como si fueran botones
que me hicieran llegar a algún lugar.
No sé dónde quedó esa maquina de escribir,
posiblemente la tiraron,
no porque no sirviera,
sino porque me importaba,
y no importa ahora,
a mis 17 o 18 años
un amigo, Carlos, me regaló una,
y me doy cuenta que jamás he escrito nada sobre él,
hay muchas cosas que no he escrito, lo sé,
pero jamás he escrito poesía tratando de plasmar mi vida,
el fin siempre ha estado en buscar la voz íntima,
solo así puedo encontrar a quien se supone que soy
y liberarme de cada versión,
los poemas sirven para crear una pequeña revolución,
uno encuentra el coraje a través de las letras,
y grita,
y mientras el ser se desvanece,
uno escribe para decir “estuve aquí,
existí, resistí, sentí, viví,
te dejo pruebas de que tuve un alma,
pero no hay ninguna pista que te lleve a mí”.
Y no tengo derecho de escribir sobre nadie,
aunque hay veces que rompo las reglas que yo misma me puse,
y es como si me liberara,
y, a la vez, condenara
a la otra persona,
ojalá algún día puedas perdonarme,
pero jamás te menciono,
solo te invoco,
y jamás he usado tu línea del tiempo
para tomar algún punto,
sino para tratar de convertirlo en un horizonte,
o en lo que me corrompe.
A mi alrededor
está una caja llena de cartas y tarjetas,
todos esos vínculos
están perdidos,
ya sea por la vida o el tiempo,
y conservo sus palabras
sin saber cómo mantienen mi recuerdo,
son libres de desecharlo,
esa no soy yo.
Y ya no sé si esa caja
es un ataúd
o una cápsula del tiempo,
aún no logro ver esa diferencia,
da igual, la conservaré hasta mi muerte,
seré incinerada,
así que alguien tendrá que encargarse
de quemar esas hojas también,
no irán junto a mí,
me separaré de lo que fui,
todas mis versiones terminarán en nada,
y todavía no sé si existe el alma.
A mi alrededor
están mis diarios vacíos,
es que prefiero hablar con el vacío
o contigo,
que es lo mismo.
No me escuchas,
y no puedo quejarme
si me haces escucharme,
y nunca he sido tan sincera,
me das ese impulso
que es mudo,
la transparencia
que se vuelve condensación.
Hace poco estuve en un taller de escritura,
una vez nos pidieron de tarea
escribir la entrada de un diario,
mis compañeros aprovecharon sus conservaciones y discusiones
para inspirarse,
y por alguna extraña razón
cada uno escribió un poema sobre el silencio,
lo hicimos confesar sin nosotros hablar.
Con ellos, fue agradable coincidir en los mundos creados,
ahora traigo sus ausencias conmigo
para (re)inventarme.
Me encuentro divagando,
pero callar no me devolverá el sentido,
así que proclamo tu existencia
mientras escribo,
trato de ser contigo
y te vuelvo inexistente.
Medito sobre una hoja en blanco
y guardo las oraciones para mí misma.
“Medito en la página en blanco. Tengo en las palabras que no escribo la palidez de los muertos que reposan, que no piensan en ninguna frase y no sienten ningún espacio ni tienen frío. Y a veces prometo, como me oyeras, sumergirme en los rincones oscuros, dolorosos, magníficamente complejos de la madrugada”
Filipa Leal en Medito en la página en blanco… de En los días tristes no se habla de aves (2023).
“Probablemente había un libro de poemas con una flor marchita. (…) Probablemente escuchó la canción que no debáis escuchar probablemente apagó la música, apagó las luces, apagó su alma”
Eduardo Chirinos en Tema para una película muda de Naturaleza muerta con moscas (2016).
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