Merce: amándote voy y sintiéndome estoy
Merce,
alguna vez fuiste mi voz,
cuando te marchaste tardé en entender
que eras tú quien me permitía escucharme
en el silencio,
encontrarme,
salvarme.
Merce,
la pureza de tu amor
me convirtió en mi alma,
cuando te marchaste
tocaste cada fibra de mi ser
y sangré, tardé en crecer.
Merce,
la luz de tus ojos
sabía cómo acompañar
al fuego de mi corazón,
me abrazabas
y cuando te fuiste me abrasabas.
Merce,
fuiste mi equilibrio
y después de ti
me he aferrado a hilos sueltos,
caigo para ir más lejos,
a lo profundo,
a lo único cierto.
Merce,
tocaste mi corazón
y me lo entregaste,
dijiste que ahí estaría todo lo que necesitaba
y que en el amor encontramos cierta fuerza
para soportar con lo que podemos más,
esa fue tu última lección y mi mejor canción.
Me enseñaste a creer,
me enseñaste a temer,
y sobretodo me enseñaste a ser fuerte.
Me enseñaste contemplar la naturaleza
para hacer florecer a mi alma,
agradezco que estés en mis raíces
y que seas de otoño
porque me enseñas a ver con otros ojos.
Me enseñaste a vivir,
me enseñaste a morir
y sobretodo me enseñaste a resistir.
Me enseñaste a crecer
y a conservar lo esencial de mi ser.
Merce,
amándote voy
y sintiéndome estoy.
En mis planes era dejar ciertas cosas/temas atrás aunque sabía que todavía tenía poesías pendientes, que luego escribiré, sí, cuando encuentre mi debilidad y fuerza juntas, mientras tanto sigo haciendo chistes sobre mis traumas familiares.
Siempre he dicho que mi infancia se dividió en dos: el cielo y el infierno, dependiendo el lugar en el que estuviera. Mientras una familia se encargó de hacerme bastante insegura y joderme el ser, con la Merce me sentía bastante afortunada, con ella yo no tenía la pregunta “¿cuál es el problema que habita dentro de mí, lo soy yo?” Mi conexión con ella fue real, en mi infancia no me daba cuenta de las cosas que me estaban afectando porque tenía a la Merce, entonces lo tenía todo y luego lo perdí. Otra cosa que también siempre dije que más allá de su muerte, fue la vida misma lo que me afectó y destrozó, pasar del todo a nada es algo que todavía no hablo tan sinceramente y últimamente he pensando en eso, he llorado bastante estos últimos días.
La Merce conmigo (y con Aldair) era diferente, me entregaba su mejor versión y me sentía digna de ella, también me hizo sentir aquello especial que había en mí, lo que ella veía, esa luz que ella no trató de apagar, sino de prender más.
Amo a mi mamá, pero cuando la Merce murió, nuestra relación de calma se convirtió en tormentosa, otras poesías pendientes que si me niego a escribir porque sé cómo se siente al respecto. Luego mi mamá tuvo que encontrar a sí misma para no perderme.
En sí, la Merce era lo más importante y lo más amado. Necesito inmortalizarla porque ya es mi amor eterno. Necesito poner nuestras memorias en la poesía antes de olvidarla más, porque el hueco que hay en mí se expande tratando de llevarse todo lo bueno. Fui dichosa con su amor, podría decir que con su corazón llegué al cielo primero, antes de que ella se quedará allá. Ella fue la primera persona que vio a través de mí y luego me olvidé de mí, aún no me encuentro, eso es cierto, pero he encontrado cierta armonía en mí.
Ha sido más fácil superar su muerte que mi propia muerte, aunque al final una llevó a la otra, los estragos que que tuve y todavía mantengo porque creo que es lo único que realmente se trata de mí, la oscuridad que atravesé y el infierno que creé, esos temas por los que comencé a escribir y luego escondí, porque es una parte no sanada, y tengo que traerla de vuelta, enfrentarme a eso y finalmente tener la verdadera victoria, no engañarme sobre la paz que mentí haber encontrado en lo superado (que no superé).
Aún no sé cuál será el título del poemario de este 2023, (prácticamente el documento donde escribo poesía por año), lo que sé es que cada año la poesía tiene que ser más sincera y cruda, para yo poder abrirme más y poder ser, para poder crecer.