Mi musa
busca una voz
para encarnarse,
le doy mi cuerpo,
me da mi alma,
me habla en símbolos
que yo personifico,
soy yo quien
le da lo que le quiere decir
y al final solo son palabras de nadie.
Mi musa
entra por la ventana,
me enseña el paisaje,
me arranca los ojos
para que le grite lo que no estoy viendo,
el desvanecimiento que me atrapa y alza.
Mi musa
me susurra
como si me revelara
una visión,
la tinta se escurre
tratando de alcanzar ese tiempo.
Mi musa
ha resignificado
el silencio,
yo busco símbolos,
mis secretos.
Y todo está al revés,
soy yo quien hace
gotear al techo
y mi musa
se aprovecha de mi deterioro,
entra por mis grietas,
no viene por ellas,
solo por mí,
¿qué quiere de mí?
A mi musa
le gusta
la versión
que he hecho de sí,
así que hace que nuestra vida sea un “no”,
para que yo busque
de qué manera puedo componer
lo que no tiene arreglo.
Mi musa
es una maldita egoísta,
ya no me dice nada
para que sea yo quien
descodifique el silencio,
y yo también
soy una maldita egoísta,
jamás lo diré todo,
pero mi musa es pura mente,
inteligente
en el truco de mis malabares,
si uso mi corazón ¿también lo va a entender?
Mi musa y yo
nos comunicamos en silencio,
lanzamos palabras al aire
y nos ahogamos
por las cosas a las que le hemos quitado voz.
Cuando mis manos
están sobre la mesa,
quietas,
clava la pluma en mis palmas,
con mi sangre escribe sobre mis sombras
hasta volverlas
oleajes
sin mares.
¿Y quién le da vida a quien?
nuestras entidades
no pueden existir
en la misma vida,
¿y quién le quita la vida a quien?
ninguno,
es necesaria la otra existencia
para también existir.
Mi musa
me lleva al oráculo,
las líneas de sus manos
trazan mi horizonte,
me vuelve mística,
solo así puedo acceder a mi alma.
Mi musa
conoce el truco
de mis malabares
hasta volverse el equilibrio
en el punto que rompió,
yo solo doy vueltas en él
y sé bien que
mi poesía nunca ha sido un ruego,
solo un rugido,
quiero que mi musa lo sienta.
Mi musa
generalmente
me visita en la madrugada.
La silla que tengo en mi escritorio
está ocupada por una torre con mi ropa,
así que mi musa se sienta en mi cama,
me habla de lo íntimo,
yo le hablo de lo ínfimo,
buscamos conexiones en las palabras,
y a veces sus representaciones absurdas,
hablamos entre líneas,
hablamos sin palabras.
Mi musa
generalmente
viene de madrugada,
cuando su ser duerme,
como si se separara de su alma,
como si solo así pudiera unirse a mi alma
cuando es un cuerpo vacío,
y dice que la poesía es un sueño,
así que en su silencio profundo
me la recita
en cada cita,
nunca ponemos fecha,
mas siempre la espero.
Mi musa
me proclama
y yo le reclamo,
“aún tengo voz”
le grito,
“¿y de qué sirve, si todo
lo que tienes qué decir
es indecible”
me calla,
siempre lo hace,
así que ya no le hablo,
solo le escribo.
Mi musa
es una maldita egoísta
y yo también lo soy,
el que calla al último
calla mejor,
porque soporta más.
Mi musa
buscaba una voz
para encarnarse
y yo necesitaba
de una entidad falsa
para darle su imagen,
y revivir a su fantasma,
pero las almas no hablan,
solo se expresan a través de nosotros,
y en esta ilusión
yo tampoco debo de ser real.
Mi musa
me habla en símbolos
que yo personifico,
soy yo quien
le da lo que le quiero decir
y al final solo son palabras de nadie.
“De haber hay una musa, debo reconocerlo. Detrás del escritorio, detrás de la pantalla, detrás de cada sueño donde caigo sin intención de despertar. Aunque nunca la haya visto una musa me susurra al oído sus palabras. De joven la esperaba ansiosamente, cuaderno dispuesto, lápiz en mano. Pero era muy astuta: apenas veía el lápiz se retiraba en silencio y sonreía. (…) Por ella aprendí a olvidar el lápiz, a olvidar el cuaderno, a olvidarme de mí mismo. Después de tanto tiempo me sigue susurrando sin que pueda escucharla”
Eduardo Chirinos en Música sobre invención y memoria, de Naturaleza muerta con moscas (2016).
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