Hace unos días
falleció una amiga de mi abuela,
durante el trayecto al funeral
empezó a llover,
el viaje se me hizo largo,
el conductor tenía encendida la radio
y ningún cantante quiso cantar,
silencio puro,
¿qué es lo que tengo que decir?
las gotas en la ventana
me impidieron ver las nubes,
no había forma de encontrarles forma,
solo sabía que había una abertura en el cielo,
no, no lo confundas con el desgarramiento.
En el trayecto
quise pensar que en el más allá
estaría ya una taza de café reservada para ella
que se mantendría caliente
con el humo de los cirios,
los mundos conectados
solo son personas negándose a olvidarse,
respirando ausencias hasta traer el aroma de vuelta.
En el trayecto
quise pensar que mi abuela y ella
estarían echándose un cafecito,
tal vez hablarían sobre la vida
y la nueva perspectiva,
tal vez mi abuela le pediría perdón
por alejarse cuando la enfermedad se volvió agresión
y ella le respondería algo como “lo que tú dejaste jamás me dejó”,
porque así es la vida en los mundos que conectamos,
nos aferramos hasta ya no sentir ausencias,
sino las vidas que quisimos y nos siguen acompañando,
de alguna u otra manera.
Pasé momentos de mi infancia en su casa
mientras ella horneaba,
nos dejaba el pan más calientito a nosotros,
apreciaba esos momentos,
a ella le gustaba hablar
y a mí escuchar,
reíamos con ella
y la vida se sentía dulce,
yo jamás he probado un mejor pan ni coricos como los de ella
y sé que nunca lo haré,
hace poco mi familia y yo estuvimos en Quila comiendo pan
junto con la familia de mi amigo,
tal vez compartir una mesa con panes y personas agradables
es lo único que me traslada a mi infancia,
un puente colgante entre los vacíos
diciendo que no estamos tan perdidos,
recuerda, los mundos están conectados a través de faros,
oh, son las islas las que no nos dejan ahogarnos.
Llevé mi café frío
y en el funeral me dieron un pan pequeño,
como lo que ella regalaba para los niños de su familia,
pero también nos daba a Aldair y a mí,
los mundos se conectan cuando alguien recuerda,
que jamás se vaya mi nostalgia,
hay algo que guarda y aguarda,
lo que alguien deja, jamás nos deja.
Una de sus hijas se nos acercó,
le dimos el pésame
y hablamos de ella,
de lo alegre y ocurrente que era,
seguramente estarán sus chistes para las próximas generaciones.
Murió de repente,
sin ningún tipo de dolor,
unos días antes había comprado material
para bordar sus servilletas,
tenía grandes ideas,
ahora habrá un vacío en sus mesas,
la comida está servida,
es el hambre lo que no llega,
el comedor se tambalea
hasta que el asiento vacío se vuelva el soporte para la mesa.
En los últimos nueve años habíamos ido a visitarla un par de veces,
todas las tardes a ella le gustaba sentarse afuera de su casa,
no sé si esperaba a alguien,
pero siempre estaba preparada,
una vez me prestó su andadera para que me sentara,
habló y habló, y yo la escuché,
hace casi dos meses pasé por su casa,
el portón estaba abierto,
pero no nos atrevimos a entrar,
dijimos “a la próxima”,
cuánta vida se va,
y, a la vez, se cuela entre grietas
tratando de arreglarlas,
los mundos conectados,
el cariño perdurando,
decimos “te siento hasta que vuelves a mi lado”,
jamás te caíste al abismo, solo estabas en el otro extremo,
los puentes están tambaleándose,
no te aferres a sus sogas,
aprenderemos a volar.
Una de sus hijas le dijo a mi mamá
“ella te quería mucho”
y en vez de que su corazón se rompiera por la pérdida,
se reincorporó como si le hubieran dado un abrazo.
Tal vez decidió morir en tiempo de lluvias
para no dejar solas a sus plantitas,
hace años cuando ella se enfermó,
su bonito jardín se marchitó,
incluso cuando su hijo jardinero lo regó,
pero ella solía cantarle a cada flor,
ahora cada pájaro que alguna vez la visitó
tendrán que cantar tanto
hasta que se pueda escuchar su voz.
Hace años ella escribió en una hoja
todos los nombres de sus hijos y nietos
y puso la cifra de los hijos de ellos,
incluso conoció a sus tataranietos,
una larga vida que no termina,
los hilos que utilizó en los paisajes que bordó se volverán suturas,
no te aferres nada más a la tela de la mortaja,
eso no te arropará el alma.
Hace unos días
falleció una amiga de mi abuela,
en unos meses doña Celia cumpliría 88 años,
ahora las velas se convierten en cirios
y las felicitaciones en oraciones,
de todas formas siempre fueron un tipo de agradecimiento.
Antes de llegar a su funeral,
vi a mi Ceiba siendo frondosa,
hace mucho no la veía así,
¿no son las ceibas lo que conectan los mundos?
lo terrenal y celestial,
no te preocupes por el inframundo,
que las raíces lo sostendrán
mientras las ramas nos elevarán,
son los mundos conectados
donde respiramos ausencias hasta traer el aroma de vuelta,
tal vez por eso el olfato sea el sentido que más evoca
hasta que a la esperanza invoca.
Iba a tomarle foto a la Ceiba bonita, pero había muchos carros en la calle por lo del funeral, así que a la próxima que esté más despejado lo hago y le escribo otro poema, igual acá está el de la otra vez: La ceiba, un paisaje arrumbado.
Justo falleció el 3, justo en el cumpleaños de Kafka, día todo innecesario y absurdo, el año pasado fue un día histórico en mi familia, no de bonita manera, pero ya todo bien al respecto (yo hago varios chistes de eso).
Lo mío con los meses de verano ya es muy personal, lo único que aprecio de ellos son los insectos (y la lluvia por las plantitas y tierra)
Siempre aprecié a doña Celia, fue la única amistad de mi abuela con la que me tocó convivir, claramente el pan y los coricos influyeron bastante (ella era muy agradable).
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