¡Qué radiante es lo que nos apagó!
y no me siento a oscuras,
nuestra cueva nunca debió
convertirse en nuestra tumba.
Resuena el silencio
y nos retumba por dentro,
nos rompe
hasta que tratamos de sostenernos
de los nudos que están en la garganta,
¿cómo es que caíamos a un abismo?
a un corazón sin son.
He entendido que
a veces tenemos que decir:
gracias por el vuelo,
nos espera otro cielo.
Iluminamos una daga,
ojalá la luz del sol
algún día encuentre el cuerpo,
pero, ¿cómo buscar
lo que no supimos que perdimos?
Rompimos nuestras olas
tratando de expandir nuestro mar.
Caíste en un rayo
y me levantó ese trueno,
¡qué radiante lo que nos desgastó!
Las heridas sanan,
pero algunas enferman a la sangre,
todo estará bien,
solo espera.
Saltamos en el tiempo
viendo el pasado
y nos equivocamos de momento,
de vida y muerte.
Salí de la función antes,
¿qué me importa el final?
nuestros créditos siguen de pie
en el camino que dejamos, dejé o nos dejó,
ya no lo sé y así estoy bien.
Por primera vez
no estoy en busca de culpables,
solo quiero sanar,
y si quieres,
hay que encontrarnos en las grietas
para darnos cuenta de la separación,
somos dos que se convirtieron en nadie
que están tratando de ser quien realmente es,
estamos redescubriéndonos, lejos.
Para mí todavía no pierden sentido tus palabras,
aunque me esté orientando del silencio.
Tal vez, quisimos mover la marea
como si el agua pudiera llegar
a nuestro desierto,
pero no, ¡qué buen sueño!
Déjame con los ojos cerrados un rato,
que ya no puedo verte
y tal vez ni siquiera te busco con la mirada
en todos aquellos lugares (a los) que fuimos.
Cortamos las espinas para no lastimarnos
y aun así nos marchitamos,
al fin y al cabo todo termina,
¡qué radiante fue lo que nos apagó!
El silencio termina muchas veces en convertirse en un aliado, en tu cómplice, en tu verdad. El silencio es quien a veces te grita tanto, que terminas escuchándolo. Ojalá sepamos descifrarlo bien.