Mi cama está frente a la ventana,
el sol me hace despertar y molestar,
mi cortina tiene años sin poderse deslizar,
es más fácil que entre sus rieles
pasen trenes,
siempre se me está haciendo tarde,
pero nada me espera y yo no espero nada,
dejo las cosas como están
y me dejo a mí misma quién sabe dónde.
Me doy la vuelta
y el dolor recorre parte de mi cuerpo,
quiero quedarme todo el día acostada,
pero no aguantar el dolor
está haciendo que me levante,
las escaleras me parecen eternas,
me sostengo de las paredes
como siempre
y esta vez sí puedo llegar,
tomo una pastilla
y me sirvo agua,
luego la convierto en una compresa
para que una a mis huesos.
Desayuno,
nunca lo hago,
solo estoy esperando que la pastilla
haga efecto.
Mi cuello y espalda
se llenaron de nudos
que la cama ataba,
toda la madrugada
luché por encontrar un punto
donde no se extendieran
y cuando lo hice,
el sol explotó sobre mi cara,
y al darle la espalda,
todavía podía ver cómo iluminaban toda mi habitación,
inútiles mis esfuerzos,
pero en este día no me quiero sentir un fracaso.
En mi jardín hay una cigarra muerta,
la levanto y limpio,
me pongo a llenar un frasco con alcohol,
pienso en las entomólogas que hace poco leí,
¿tan pronto me han puesto a prueba?
entonces hago mi primera conservación
con cuidado y con cariño,
anoto la hora: 12:47 p.m.
mañana estará lista.
No sé por cuántas noches escuché su sonido,
el silencio de las madrugadas hace creer que todo está cerca
y ahora que la cigarra está en un frasco junto con mis libros
extraño su canto,
¿se quedó con cosas sin decir?
su silencio revivirá.
Vuelvo a mi cama,
el dolor se ha calmado,
entonces me acuesto
y duermo sin ponerle atención
a ningún sueño.
Me despierto de golpe
y me doy cuenta que la espalda
no está doliendo tanto,
me cambio de ropa
ahora que me puedo estirar,
y salgo a caminar al mini bosque
que está enfrente de mi casa,
busco al búho de siempre,
que ayer estaba
sosteniendo la rama y mi mirada,
esta vez iba preparada con una cámara,
no vi nada más que árboles,
pero escuché a las palomas moviendo las alas u hojas,
contemplé la vida que ocurre en los árboles frondosos,
los seres que se ocultan en ellos,
a la próxima llevaré una libreta y pluma,
siempre hay algo qué anotar.
Sin importar el dolor del cuello,
levanté la cabeza
hacia la corona de los árboles
y los seres que reinan en ellos,
el cielo estaba oscureciéndose,
el búho no dio ninguna señal,
estaré por aquí,
él también,
nos volveremos a ver.
Los domingos pueden ser nostálgicos,
no sé el porqué hoy no me siento así
aun cuando lucho por no perder la cabeza
mientras el cuello parece que se está desprendido.
En el 2016
la mayoría de los domingos lloraba,
la razón no importa ahora
y puedo hacer una lista de domingos significativos
para bien o para mal,
y no habría ninguno de ese año,
siempre era el mismo evento que algo estallaba
y no importa ahora.
Y desde hace un año
los domingos son el día para regar mis plantas,
me ocupo de mí y de algo más,
supongo.
Voy a mi estante
y tomo “En los días tristes no se habla de aves”,
mientras leo, hago apuntes,
queriendo luego escribir poemas al respecto.
Días tristes, aves,
el año pasado mientras lloraba en mi terraza
y terminaba de contar sobre mi pena,
un pecho amarillo se posó enfrente de mí,
no se llevó mi tristeza,
me entregó algo más.
Creo saber el porqué me sentía así,
lo sé, porque todavía me importa,
y no importa,
estoy bien,
mientras escribo esto de madrugada
se escucha un insecto cantar,
de esto justamente estoy hablando,
me lleno de momentos así
entre las cosas que aún puedo creer que tienen alma
y la vida vuelve a sentirse vida.
Domingo 10 de noviembre.
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